9 de agosto de 2011
Por Juan de Dios Ramírez Heredia
La noticia ha aparecido en un importante diario de tirada nacional y ha merecido nada más y nada menos que cuatro columnas y titulares de acontecimiento de gran trascendencia.[1]
¿Y si no hubo violación?, ¿y si el presunto violador era “gadjó” (payo)?; y aunque fuera gitano, ¿era imprescindible decirlo para que la noticia se entendiera? Y si le quitamos en el titular la palabra “gitana” ¿la presunta violación deja de ser noticia? Lo que sería tanto como reconocer que la violación es lo menos interesante porque lo importante es que ha sido un gitano el presunto violador. Aunque para la redactora de la noticia el latiguillo de “presunto” no sirve para nada. La periodista ya se ha erigido en juez y ha dictado sentencia.
Y nosotros nos preguntamos: ¿Qué morbo tiene para algunos periodistas destacar “lo gitano”, venga o no venga a cuento, cuando de referir cualquier acto delictivo se trata? ¿Qué afán les mueve a comportarse de esta manera? El hecho de que el joven de 17 años agrediera a una joven de 15 a la salida de una “boda gitana” añade una connotación sospechosa a la propia ceremonia de la boda. Sin duda la agresión es tan condenable como si se tratara de una violación de una niña de 11 años por un miserable de 50, ¿o no? Los racistas lo tienen muy fácil; ante esta noticia se reafirmarán en que lo normal es decir:
--Como las bodas gitanas deben ser una orgia de baile, borrachera, canciones, drogas y sexo lo natural es que las jóvenes sean violadas.
Estamos cansados de lamentarnos. A veces ─salvo excepciones como la que días pasados os anunciaba─ pensamos que estamos predicando en el desierto. Y, por favor, que nadie nos mal interprete ─también es triste tener que estar repitiendo esto cada vez─ nosotros no justificamos la violencia. La condenamos venga de donde venga. Y quien firma estas líneas se ha manifestado públicamente a favor de la “cadena perpetua revisable”. De lo que nos lamentamos es de que en determinado sectores de los medios de comunicación los racistas siempre tienen abierta la veda para disparar impunemente contra todo lo gitano.
Y seguimos preguntándonos: ¿Por qué los directores de los medios, o los dueños de esas empresas, no son más firmes a la hora de impedir que los racistas infiltrados en sus medios utilicen sus páginas, sus micrófonos o sus cámaras para hacernos tanto daño? En otros lugares ya lo han hecho.
El Consejo de la Prensa británico, aceptado por los editores, directores y sindicatos de periodistas del Reino Unido ha declarado:
“Los periódicos no deberían publicar material susceptible de alentar la discriminación por raza o color y deberían evitar referencias a la raza o el color de las personas en contextos peyorativos.”
Y en el “Manifiesto de la Federación Internacional de Periodistas” (IFJ) se dice con absoluta claridad:
“Los propios periodistas tienen que ser conscientes de que la ignorancia y la ausencia de reconocimiento de las diferentes culturas, tradiciones y creencias en los medios de comunicación conducen a estereotipos que refuerzan actitudes racistas y fortalecen los reclamos de los políticos extremistas. En concreto, los periodistas tienen que saber que el impacto potencial de sus palabras e imágenes provocan miedos profundamente arraigados y recelos ante la lucha civil y la exclusión social que existe en la sociedad”.
Si el conjunto de los comunicadores españoles siguieran estas normas, los gitanos, la inmensa mayoría de los gitanos que jamás han delinquido a pesar de vivir en condiciones de extrema exclusión social, habríamos dado un paso de gigantes en el camino de nuestra integración social.
Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista
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